«Y pasa el río bajo los nuevos puentes cantando con la historia palabras puras que llenarán la tierra.
No son pies invasores los que cruzan los nuevos puentes, ni los crueles carros del odio y de la guerra: son pies pequeños de niños, firmes pasos de obrero. Sobre los nuevos puentes pasas, oh primavera, con tu cesta de pan y tu vestido fresco, mientras el hombre, el agua, el viento amanecen cantando.»
«Al descender de su carruaje frente a la plaza, llovieron sobre ellas los requiebros; y para todas hubo, hasta para la mamá, que respiraba ruidosamente y enrojecía, satisfecha del triunfo. Indudablemente eran ellas las que más llamaban la atención en toda la plaza. No había más que verlas en el palco abanicándose con negligencia, mientras una gran parte de los señores del tendido, puestos de pie y volviendo la espalda al redondel, las miraban fijamente, con ojos de deseo.»
por el camino
crepitante:
el sol se desgranaba
como maíz ardiendo
y era
la tierra
calurosa
un infinito círculo
con cielo arriba
azul, deshabitado.
Pasaron
junto a mí
las bicicletas,
los únicos
insectos
de aquel
minuto
seco del verano,
sigilosas,
veloces,
transparentes:
me parecieron
sólo
movimientos del aire.
Obreros y muchachas
a las fábricas
iban
entregando
los ojos
al verano,
las cabezas al cielo,
sentados
en los
élitros
de las vertiginosas
bicicletas
que silbaban
cruzando
puentes, rosales, zarza
y mediodía.
Pensé en la tarde cuando los muchachos
se laven,
canten, coman, levanten
una copa
de vino
en honor
del amor
y de la vida,
y a la puerta
esperando
la bicicleta
inmóvil
porque
sólo
de movimiento fue su alma
y allí caída
no es
insecto transparente
que recorre
el verano,
sino
esqueleto
frío
que sólo
recupera
un cuerpo errante
con la urgencia
y la luz,
es decir,
con
la
resurrección
de cada día.»
«Enfrente había un colegio de niñas de falda tableada y jersey azul. La residencia estaba situada entre los jardines de Viveros y la estación del puente de madera de donde partían los trenes eléctricos hacia los pueblos de la huerta y a la playa de la Malvarrosa.»
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
Estación de Ferrocarriles de Vía Estrecha Pont de Fusta, 1890 aproximadamente.
«No había en toda la Albufera hombre más trabajador que el tío Tono. Se había metido entre ceja y ceja ser propietario, tener sus campos de arroz, no vivir de la pesca como el tío Paloma , que era el barquero más viejo de la Albufera; y solo —pues su familia únicamente le ayudaba a temporadas, cansándose ante la grandeza del trabajo—, iba rellenando de tierra, traída de muy lejos, la charca profunda cedida por una señora rica que no sabía qué hacer de ella.»
«Y por entre esta población improvisada, que se desvanecía como humo con las primeras borrascas del otoño, pasaban los tranvías y ferrocarriles pitando antes de aplastar...»
Flor de Mayo
Vicente Blasco Ibáñez
Parada de tranvías frente al Balneario de Las Arenas
«Animal de records, lent i trist animal,
ja no vius, sols recordes. Ja no vius, sols recordes
haver viscut alguna volta en alguna banda.
Felicitat suprema, l’hora d’escriure els versos.
No els versos estellats, apressats, que escrivies,
sinó els versos solemnes —¿solemnes?— del record.
Et permets recordar amb un paisatge i tot:
les butaques del cine, el film que es projectava,
del que no vàreu fer gens de cas, està clar;
i evoques l’Albereda, les granotes del riu,
les carcasses obrint-se en el cel de la fira,
tota València en flames la nit de Sant Josep
mentre féieu l’amor en aquella terrassa.
Animal de records, lent i trist animal,
ara evoques i penses la carn fresca i suau
per on les teues mans o els teus besos anaven,
la glòria d’unes teles alegres i lleugeres,
els cavallons de teules rovellades, la brossa
que creixia, adorable, de sobte, entre unes teules.
Animal de records, lent i trist animal.»
«Batiste fué afeitado con bastante suerte, mientras escuchaba, hundido en el sillón de esparto y teniendo los ojos entornados, la lectura del maestro, hecha con voz nasal y monótona, sus comentarios y glosas de hombre experto en la cosa pública. No sacó más que tres raspaduras y un corte en la oreja. Otras veces había sido más. Dió su medio real, y se metió en la ciudad por la puerta de Serranos.»
La barraca
Vicente Blasco Ibáñez
Calle Serranos a través de las puertas de las Torres de Serranos, al fondo la torre de San Bartolomé
«Hay quien dice que estoy como una cabra,
lo dicen, lo repiten, ya lo creo,
pero soy una cabra muy extraña
que lleva una medalla y siete cuernos.
¡Cabra! En vez de mala leche yo soy llanto.
¡Cabra! Por lo más peligroso me paseo.
¡Cabra! Me llevo bien con alimañas todas.
¡Cabra! Escribo en los tebeos.
Vivo sola. Cabra sola
-que no quise cabrito en compañía-,
cuando subo a lo alto de ese valle
siempre encuentro un lirio de alegría.
Y vivo por mi cuenta, cabra sola,
que yo a ningún rebaño pertenezco.
Si sufrir es estar como una cabra,
entonces si lo estoy, no dudar de ello.»
Cabra sola
Gloria Fuertes
Fotografía de la Colección Trenor Palavicino. Hacia 1906
«…al lado del establecimiento de baños Las Arenas que tenía forma de Partenón de escayola pintado de azulete. Allí había una piscina en forma de ele con un gran solario para hombres y mujeres separado por una tapia.»
«Hombres de mar,
eterno buscador que nunca encuentra,
en el horizonte azulado del cielo y mar
eternas despedidas, regresar quizás,
partes siempre mirando el horizonte
pero con la mente, en lo que dejas atrás.
La tierra no es más que un momento,
una noche que recordar,
entre el cielo y el mar puedes volar,
eterna oscilación de lo que fue y lo que vendrá.
Hombres de mar,
sin lazos que te aten, pero al mar no dejarás,
hermosa trinidad que da paz; cielo, hombre y mar,
hermosa pero muchas veces sufrida,
porque el hombre es para la tierra
y tú conquistas el mar.
Hombres de mar,
cuando en puerto estrujas la noche
de licores, vino y mujeres,
pero lo tuyo no haz de dejar,
y zarpas con la vista al horizonte
recordando lo que en blanca estela dejarás.
Tu hogar no tiene fronteras
porque tu hogar es el mar,
sangre del espíritu aventurero
que nos tocó llevar.
Hombres de mar,
eterno buscador que nunca encuentra,
en el horizonte azulado de cielo y mar.»
«El espacio se empapaba de luz; disolvíanse las sombras como tragadas por los abiertos surcos y las masas de follaje. En la indecisa neblina del amanecer iban fijando sus contornos húmedos y brillantes las filas de moreras y frutales, las ondulantes líneas dé cañas, los grandes cuadros de hortalizas, semejantes a enormes pañuelos verdes, y la tierra roja, cuidadosamente labrada.»
«¡Infancia! ¡Campo verde, campanario, palmera,
mirador de colores: sol, vaga mariposa
que colgabas a la tarde de primavera,
en el cenit azul, una caricia rosa!
¡Jardín cerrado, en donde un pájaro cantaba,
por el verdor teñido de melodiosos oros;
brisa suave y fresca, en la que me llegaba
la música lejana de la plaza de toros!
...Antes de la amargura sin nombre del fracaso
que engalanó de luto mi corazón doliente,
ruiseñor niño, amé, en la tarde de raso,
el silencio de todos o la voz de la fuente.»
«Levantábase a las tres, cargaba con los cestones de verduras cogidas por Toni al cerrar la noche anterior entre reniegos y votos contra una pícara vida en la que tanto hay que trabajar, y a tientas por los senderos, guiándose en la oscuridad como buena hija de la huerta, marchaba a Valencia, mientras su marido, aquel buen mozo que tan caro le costaba, seguía roncando dentro del caliente estudi, bien arrebujado en las mantas del camón matrimonial.»
«Recuerdo bien aquellos «Cuatrocientos golpes» de Truffaut y el travelling con el pequeño desertor, Antoine Doinel, playa a través, buscando un mar que parecía más un paredón.
Y el happy-end que la censura travestida en voz en off sobrepusiera al pesimismo del autor, nos hizo ver que un mundo cruel se salva con una homilía fuera del guion.
Cine, cine, cine, más cine por favor, que todo en la vida es cine y los sueños, cine son.
Al fin llegó el día tan temido más allá del mar, previsto por los grises de Henri Decae; cuánta razón tuvo el censor, Antoine Doinel murió en su «Domicilio conyugal».
Pido perdón por confundir el cine con la realidad, no es fácil olvidar Cahiers du cinéma, le Mac Mahon, eso pasó, son olas viejas con resacas de la nouvelle vague.
Cine, cine, cine, más cine por favor, que todo en la vida es cine y los sueños, cine son.»
«Bajé al mercado y traje tomates diarios aguaceros endivias y envidias gambas grupas y amenes harina monosílabos jerez instantáneas estornudos arroz alcachofas y gritos rarísimos silencios
página en blanco aquí te dejo todo haz lo que quieras espabílate o por lo menos organízate
yo me echaré una siesta ojalá me despiertes con algo original y sugestivo para que yo lo firme.»
«Y el pastor llamó a su rebaño, le hizo emprender la marcha por el camino, y antes de alejarse se echó la manta atrás, alzando sus descarnados brazos, y con cierta entonación de hechicero que augura el porvenir o de profeta que husmea la ruina, le gritó a Batiste:
- Creume, fill meu, te portarán desgrasia!...»
La barraca
Vicente Blasco Ibáñez
Barracas en la huerta valenciana. 1958. Archivo de Rafael Solaz
«Escribe un poema.
Sumérgete en lo blanco.
Entra en lo improbable.
Sé humilde.
No pienses en lo que sabes.
Olvida lo que sientes.
Siente.
Si no sientes quítate la ropa.
Bebe agua.
Pinta un cuadro.
Olvida los colores que conoces.
Imagina colores.
Cámbiales la lógica.
Sigue.
Persigue.
Respira debajo del agua del cuadro.
Transpira.
Bebe agua.
Bebe más agua.
Grita.
Llora.
Llora por tu madre.
En tu sueño.
Ella viene a buscarte.
Inspira.
Expira.
Continua pintando.
Pinta hasta que amanezca en el cuadro.
Es difícil.
Entonces sumérgete más profundo.
Hasta ver los peces.
Escucha sus lamentos.
Ellos también nadan en ellos.
No hay sólo agua en su océano...
En el tuyo tampoco hay sólo suerte o amor o lógica.
Hay contradicciones.
Por eso no nades solo...
También bucea.
Bucear es huir.
Sin que la huida sea cobarde.»
“¿Por qué se mira al espejo si no ha de verse en él más que con desagrado?”
El hombre espantoso me contesta: “Señor mío, según los principios inmortales del ochenta y nueve, todos los hombres son iguales en derechos; así, pues, tengo derecho a mirarme; con agrado o con desagrado, ello no compete más que a mi conciencia.”
En nombre del buen sentido, yo tenía razón, sin duda; pero, desde el punto de vista de la ley, él no estaba equivocado.»
El espejo El spleen de París Charles Baudelaire
El rastro de Valencia. Plaza de Nápoles y Sicilia. Joaquín Collado
«No hay que llorar porque las plantas crecen en tu balcón, no hay que estar triste si una vez más la rubia carrera de las nubes te reitera lo inmóvil, ese permanecer en tanta fuga. Porque la nube estará ahí, constante en su inconstancia cuando tú, cuando yo -pero por qué nombrar el polvo y la ceniza. Sí, nos equivocábamos creyendo que el paso por el día era lo efímero, el agua que resbala por las hojas hasta hundirse en la tierra.
Sólo dura la efímero, esa estúpida planta que ignora la tortuga, esa blanda tortuga que tantea en la eternidad con ojos huecos, y el sonido sin música, la palabra sin canto, la cópula sin grito de agonía, las torres del maíz, los ciegos montes. Nosotros, maniatados a una conciencia que es el tiempo, no nos movemos del terror y la delicia, y sus verdugos delicadamente nos arrancan los párpados para dejarnos ver sin tregua cómo crecen las plantas del balcón, cómo corren las nubes al futuro.
¿Qué quiere decir esto? Nada, una taza de té. No hay drama en el murmullo, y tú eres la silueta de papel que las tijeras van salvando de lo informe: oh vanidad de creer que se nace o se muere, cuando lo único real es el hueco que queda en el papel, el golem que nos sigue sollozando en sueños y en olvido.»
A una mujer
Julio Cortázar
Mercado de flores en la actual Plaza del Ayuntamiento.
«Así como toda flor se enmustia y toda juventud cede a la edad, así también florecen sucesivos los peldaños de la vida; a su tiempo flora toda sabiduría, toda virtud, mas no les es dado durar eternamente.»
«Al extremo del puente, en una planicie entre dos jardines, frente a las ochavadas torres que asomaban sobre la arboleda sus arcadas ojivales, sus barbacanas y la corona de sus almenas, se detuvo Batiste...»
«Miraba a la ventana y soñaba con ser un astronauta pisando la luna
y el cielo lo cruzaban galeones, delfines, cometas, falúas.
Y en la pizarra el profesor dictaba los teoremas.
En su cabeza sonaba el canto de un gorrión, pájaros en la cabeza.
Salía siempre tarde y castigado por no estar nunca donde debiera
y en casa le esperaban el tedio y la comida servida en la mesa.
De fondo el rumor de un televisor y madre suspirando.
"¿Dónde andas hijo mio? Siempre en las nubes,"
y nadie escucha el telediario.
Pájaros en la cabeza y volar
a donde las ventanas siempre están abiertas,
donde el humo de tus pasos nos enseña a vivir.
Pájaros en la cabeza y soñar
que aún contaré relámpagos contigo,
aunque el tiempo y la arena escondan el camino hasta ti.
El tiempo pasó y todos crecimos
-bueno, no todos, algunos seguían
mirando por la ventana y sobrevolando
la moqueta azul de la oficina.
En el trabajo aún se perdía
en la selva de sus sueños
y un grito le nombraba, le arañaba
y rompía el dulce sortilegio.
Madre aún seguía sirviendo la sopa,
"¿Cuándo sentarás la cabeza?
Un día la abriremos y bandadas de cotorras
escaparán de ella".
Él sonreía sin dejar
de mirar por la ventana,
soñando mundos mejores,
lluvias que caían sobre parejas que se amaban,
claveles en los fusiles,
barcos que sueltan amarras,
luces de faros, besos de mujeres que nunca,
nunca le miraban.
Pájaros en la cabeza y volar
a donde las ventanas siempre están abiertas,
donde el humo de tus pasos nos enseña a vivir.
Pájaros en la cabeza y soñar
que aún contaré relámpagos contigo,
aunque el tiempo y la arena escondan el camino hasta ti.
Una mañana de enero nuestro hombre
se subió a lo alto de la Torre España
para ver si al morder el azul gris del cielo
los pájaros callaban.
Mirando absorto la ciudad,
ni el rumor de su pecho escuchaba,
ni a madre, ni al televisor, ni a la oficina,
sólo un lejano batir de alas.
Cuando nos quisimos dar cuenta
nuestro chico había desaparecido.
Nadie en lo alto de la torre lo vio abandonar
la sombra gris del edificio.
Nadie lo vio caer al suelo,
nadie oyó sus carcajadas,
sólo el sonido de cien pájaros -o alguno más-
escapando de sus jaulas.
Nada se supo de este soñador,
del canto de sus aves,
hasta que llegaron cartas, retazos de sus alas
en forma de postales.
Pájaros en la cabeza y volar
a donde las ventanas siempre están abiertas,
donde el humo de tus pasos nos enseña a vivir.
Pájaros en la cabeza y soñar
que aún contaré relámpagos contigo,
aunque el tiempo y la arena escondan el camino hasta ti.
Pájaros en la cabeza y volar
a donde las ventanas siempre están abiertas,
donde el humo de tus pasos nos enseña a vivir.»
Pájaros en la cabeza
Ismael Serrano
El rastro de Valencia. Plaza de Nápoles y Sicilia. Joaquin Collado
«Antes de terminar el día circuló la noticia como un cañonazo, que conmovió toda la vega. ¿Habéis visto el gesto hipócrita, el regocijado silencio con que acoge un pueblo la muerte del gobernante que le oprime?... Así lloró la huerta la desaparición de don Salvador. Todos adivinaron la mano del tío Barret, y nadie habló. Las barracas hubiesen abierto para él sus últimos escondrijos; las mujeres lo habrían ocultado bajo sus faldas.
Pero el asesino vagó como un loco por la huerta, huyendo de las gentes, tendiéndose detrás de los ribazos, agazapándose bajo los puentecillos, escapando a través de los campos, asustado por el ladrido de los perros, hasta que al día siguiente lo sorprendió la Guardia Civil durmiendo en un pajar.»
«¡Reloj! ¡Divinidad siniestra, horrible, impasible,
Cuyo dedo nos amenaza y nos dice: ¡Recuerda!
Los vibrantes Dolores en tu corazón lleno de terror
Se plantarán pronto como en un blanco;
El Placer vaporoso huirá hacia el horizonte
Tal como una sílfide hacia el fondo del pasillo;
Cada instante te devora un trozo de la delicia
Acordada a cada hombre para toda su estancia.
Tres mil seiscientas veces por hora, el Segundero
Murmura: ¡Recuerda! —Rápido, con su voz
De insecto, Ahora dice: ¡Yo soy Antaño,
Y yo he bombeado tu vida con mi trompa inmunda!
¡Remember! ¡Recuerda! pródigo Esto memorl
(Mi garganta de metal habla todas las lenguas.)
¡Los minutos, muerte juguetona, son gangas
Que no hay que dejar sin extraer el oro!
¡Recuerda! que el Tiempo es un jugador ávido
Que gana sin trampear, ¡en todo golpe! es la ley.
El día declina; la noche aumenta: ¡recuerda!
El abismo tiene siempre sed; la clepsidra se vacía.
Luego sonará la hora en que el Divino Azar,
Donde la augusta Virtud, tu esposa todavía virgen,
Donde el Arrepentimiento mismo (¡oh, el postrer refugio!)
Donde todo te dirá: ¡Muere, viejo flojo! ¡es muy tarde!"»
El reloj
Las flores del mal
Charles Baudelaire
El rastro de Valencia. Plaza de Nápoles y Sicilia. Joaquín Collado